Pensar en tecnología e innovación, aún se asocia con la futurología. La percepción de avances impredecibles y disrupciones repentinas lleva a muchos a creer que anticipar el futuro no tiene sentido.
Pero si afinamos la mirada, notamos que la historia de la tecnología no ha sido un viaje completamente impredecible. Detrás de cada innovación hay decisiones estratégicas clave sobre dónde y cómo implementarla para que no se desmorone con el primer cambio de marea.
La tecnología no debe estar sólo donde están los reflectores hoy, sino donde ocurrirá el futuro. Es allí donde cobra sentido la idea de una infraestructura a prueba del tiempo.
Y esto requiere estrategia y sensibilidad para mirar más allá de los ‘bits y bytes’. Y comprender que, debajo de todo lo visible, hay una capa crítica que no debe fallar.
Muchos piensan en la nube, en Inteligencia Artificial (IA), en automatización, en microservicios. Pero la capa que permite que las aplicaciones se ejecuten, que los sistemas hablen entre sí, que los datos viajen con seguridad es el sistema operativo.
El sistema operativo es el puente entre el hardware y el software, entre las ideas y su ejecución. No importa cuán revolucionaria sea una nueva aplicación: sin un sistema operativo sólido, seguro y adaptable, no hay manera de que llegue a producción.
Hoy, entrando en una era híbrida esa capa cobra más importancia. Donde los entornos tradicionales y los modernos deben convivir, el talento técnico escasea, los presupuestos se ajustan y los ciberataques crecen.
Automatizar ya no es un lujo, sino una necesidad. Y en la que la IA es el motor de ventaja competitiva.
Entonces, ¿Por qué no reconocemos que una decisión tan ‘básica’ como elegir el sistema correcto puede ser lo que habilite —o frene— la innovación? La respuesta está en su naturaleza: el sistema operativo no se ve como todo lo esencial, solemos olvidarlo… hasta que algo falla.
Por eso, es necesario contar con un sistema operativo preparado para el futuro. Uno que no solo ejecute procesos, sino que sea el verdadero habilitador de la transformación digital sostenida.
Se requiere de un sistema operativo creado a partir de contenido seleccionado. Sometido a rigurosas pruebas y validaciones dentro de un ecosistema amplio de socios de hardware y software.
Linux Empresarial la base sobre la que las organizaciones pueden construir sin temor, sabiendo que podrán escalar, modernizarse y evolucionar sin perder el control. Porque el futuro no se improvisa, se construye.
Esta visión está respaldada por décadas de adopción y confianza.
Según datos de IDC, 56 % de las empresas en nube pública y el 49 % en nube privada confían en Linux Empresarial como su sistema operativo base. Precisamente por los servicios adicionales que ofrece.
El reinventar continuamente el Linux Empresarial ha sido clave para estar siempre a la altura del momento. Como un tejido conectivo entre pasado, presente y futuro tecnológico.
Mezclar transparencia, colaboración e innovación, ha permitido a las empresas construir soluciones preparadas para un nuevo mundo. Uno, en el que la IA y la computación cuántica dejarán de ser futurismo para convertirse en la nueva normalidad.
Como tecnólogos debemos ayudar a las organizaciones a abordar desafíos actuales para prevenir desviaciones. Y fortalecer la seguridad, automatizar de manera inteligente y reducir la dependencia de habilidades escasas, aprovechando herramientas impulsadas por la IA.
Pero esto va más allá de la infraestructura. Modernizar la base digital de una empresa impacta la vida cotidiana. Desde la protección de los datos bancarios hasta el buen funcionamiento de las aplicaciones que usamos a diario.
En un mundo hiperconectado, con volúmenes astronómicos de datos, cualquier fallo en esa base puede tener consecuencias enormes.
Por eso, los avances en el sistema operativo no sólo transforman organizaciones. También mejoran la experiencia digital de millones de personas, mientras abren las puertas del futuro.
Por Alejandro Dirgan, Gerente Senior de Red Hat Enterprise Linux para Latinoamérica en Red Hat.